El Grupo de Trabajo GEHSEMES (Gestión Emocional y Humanización en las Emergencias) nace en 2018 de la evolución del grupo andaluz GESEMES (Gestión emocional para los profesionales de las Urgencias y Emergencias Sanitarias) para darle cabida no sólo a la gestión emocional, sino al resto de competencias de inteligencia emocional que permiten una mejora en la calidad de nuestra asistencia diaria para humanizar nuestros cuidados y desarrollar nuestro talento como profesionales de las urgencias y emergencias.
Cada asistencia que realizamos en nuestro imprevisible y cambiante entorno, precisa de todo nuestro conocimiento y habilidades. Dos profesionales de las emergencias que hayan tenido la misma formación en urgencias y las mismas posibilidades de entrenar sus competencias técnicas (hard skills o cognitivas) se diferenciarán en la adquisición y entrenamiento de las no técnicas (soft skills o no cognitivas), propias de la inteligencia emocional intra e interpersonal, marcando una gran diferencia en el cómo hacen lo que hacen y en las posibilidades de trabajar en equipo resolviendo los diferentes retos y obstáculos a los que se enfrenten.
El 80% del éxito de una persona depende de sus competencias no técnicas, ya que aportan capacidad resolutiva, pensamiento crítico y analítico y favorecen la gestión de personas, el trabajo en equipo, la negociación, colaboración, y otras habilidades intrapersonales e interpersonales. Todas imprescindibles dentro de los diferentes perfiles de profesionales que conforman la especialidad de urgencias y emergencias.
En casa aviso, nuestra amígdala cerebral se activa al percibir una “amenaza”. Salimos de nuestra zona de relax y confort para enfrentarnos en un entorno no seguro, hostil y cambiante a a algo que amenaza la vida de otra persona, e incluso la nuestra propia. La amígdala activa una emoción que nos prepara para actuar y ésta traduce en una modificación en nuestro lenguaje corporal, en nuestro procesamiento cognitivo y en nuestro eje neuroinmunoendocrino. Esa emoción nace de la primera valoración de “a qué vamos” y no siempre es la más beneficiosa para nosotros. Actuar desde el enfado nos da un extra de energía que puede obnubilar nuestro sentido y pasar por alto lesiones importantes. Actuar desde un miedo bien canalizado nos puede hacer tener en cuenta todas las variables posibles y valorar más información hasta dar con la solución. Si habla el asco, podemos desde la intolerancia y el rechazo dejar de actuar conforme a nuestros principios éticos. Proyectar una pérdida antes de tiempo hace que la tristeza nos impida tener acceso a información valiosa y posible soluciones para ayudar a nuestro paciente crítico. Debido a esto, es imprescindible en cada asistencia evaluar rápidamente ante qué amenaza nos encontramos, qué emoción nos gobierna para gestionarla y analizar las lesiones potencialmente mortales que tiene el paciente; todo esto en medio de un intenso clima emocional donde las emociones fácilmente se contagian entre los miembros del equipo, los primeros intervinientes, la víctima, familia y población general.
Si a la intensidad de lo vivido en cada aviso le añadimos las circunstancias propias de cada servicio (presión asistencial, falta de personal y recursos, condiciones laborales difíciles, falta de comunicación entre gerencia y profesionales, dificultades de comunicación entre los profesionales) y de cada profesional (estado emocional de base, manejo del estrés, situaciones personales y familiares, necesidades laborales no satisfechas…), el cóctel explosivo está servido.
Somos personas que cuidan de personas, y todos tenemos una dimensión física, emocional, mental y trascendental que debemos cuidar. Saber cuidarnos es básico para cuidar y manejar al paciente en estado crítico.
Nos gustaría compartir con vosotros otra forma de trabajar implementando las competencias de inteligencia emocional
Aprender a tomar conciencia de nuestro estado físico y psicoemocional al llegar al trabajo y durante el aviso reconocer la emoción activada, aprovechar su energía para ordenar los pensamientos, rescatar todos nuestros recursos (conocimientos, destrezas, experiencias), resolver cualquier reto que se nos plantee tomando las mejores decisiones para el paciente y el equipo, liderar el equipo, trabajar todos a una sin juicios, comunicarnos eficientemente en cada momento, y todo al mismo tiempo que somos capaces de reconocer el estado emocional (empatía cognitiva) del paciente y familia sin contagiarnos (empatía emocional), utilizar la escucha activa, negociar con ellos y empoderarles para encontrar la mejor forma de ayudarles a nivel físico, emocional y mental minimizando las consecuencias de la experiencia vivida.
La humanización empieza por nosotros, por aprender a cuidarnos para luego cuidar de los demás.
La sobrecarga emocional no gestionada puede ocasionarnos problemas de fatiga por empatía, estrés postraumático, depresión, ansiedad o incluso Burnout. Situaciones que podemos prevenir gracias a la formación y entrenamiento en habilidades de inteligencia emocional.